La Cabrera, mi propio paraiso.
La Cabrera es sin lugar a duda el lugar que mejores recuerdos me trae de mi juventud (aun no extingida pero si acabandose). Allí posiblemente halla pasado mas o menos unos 70 meses de mi vida, que no es poco tiempo, si tenemos en cuenta que desde que nací hasta escasamente 3 años pasaba allí de 2 a 3 meses en verano y muchos fines de semana y navidades. Por lo tanto es un sitio al que tengo cierta querencia (como si de un animal salvaje me tratase), allí siempre vuelvo, allí siempre voy y allí creo que siempre estaré, es mas es posible que en mis últimas voluntades proponga como lugar de esparcimiento de mis cenizas el Pico de Miel, si es que por aquellos entonces hay alguien que tenga las susficientes fuerzas y ganas como para subir mis restos hasta la cima y dejar que el viento los lleve a formar parte de ese paisaje que tantas y tantas veces he mirado, recorrido y disfrutado. Cuando hace ahora casi 3 años de mi comienzo laboral en La Cabrera recuerdo cuando Luis Clemente, personaje que sin duda une dos de los elementos mas importantes que hay en mi vida que son mi colegio Fundación Caldeiro y la propia Cabrera, me llevo a mi primer despacho, donde iba a desarrollar mi labor como técnico de turismo para el municipio de La Cabrera y al contemplar las vistas que podía ver desde mi ventana me sentía un auténtico privilegiado y mucho mas cuando me asignaron poco despues el despacho de dirección del Centro Comarcal de Humanidades Cardenal Gonzaga, edificio en el que actualmente sigo trabajando. La panorámica era espectacular, la montaña, el pico de la miel a tan solo unos cientos de metros de mi ventana. Unos días esa montaña no se veía por la niebla pero sabía que estaba ahí, otros días totalmente cubierta de nieve parecía un coloso alpino aunque de escasos 1335 m. Los días de lluvía cada uno de los resquicios en los que el musgo ha logrado aferrarse a la roca aparecen unos tapices verdes de una belleza sobrecogedora y en los días de sol y calor, no faltan los intrépidos montañeros que disfrutan a su manera de la naturaleza en la soledad, aunque en ocasiones halla que hacer cola para iniciar la ascensión de cualquier vía. Por tanto soy un privilegiado, incluso a la hora de dormir, ya que desde mi cama, y tumbado tango la gran suerte de poder contemplar las estrellas y la cima del pico de la miel, o mas bien es ella la que me observa a mi, impasible, tranquila, eterna como la gran montaña que es. Ahora, todos los días dedico alguna mirada a mi montaña, a mi sierra, y también a sus hermanas pequeñas, las atalayas, que fueron en muchas ocasiones lugar de batallas, reuniones, aventuras y desventuras cuando eramos pequeños, a cuyo pie llegábamos sin mucha dificultad en bici, podíamos dejar las bicis tiradas en cualquier sitio que cuando volviesemos sabíamos que iban a estar ahí (ahora de eso no estoy tan seguro). De todas ellas solo recuerdo bien la última vez que estuve, que fue con mi hermano Alfonso, hace mas o menos 10 años, tal vez alguno mas, y nos fuimos un atardecer con los prismáticos a ver si con la llegada del celo del Corzo, abundante en la zona, éramos capaces de ver algún ejemplar, y no fue así, pero si que pudimos disfrutar de un atardecer y un posterior anochecer a nuestras espaldas como tantas veces nos había pasado cuando eramos niños que se nos hacía de noche casi sin darnos cuenta y la vuelta a casa por tanto estaba próxima. Ahora se me viene a la memoría una de las tantas veces que hemos subido a la montaña a hacer un recorrido muy bonito desde el pico de la miel hasta el cancho y como mi amigo paco y yo siempre íbamos en manga larga y con guantes de jardinero cuando comenzábamos a ascender y muchos de los que nos acompañaron alguna vez a esta ruta se reian pensando en el calor que pasaríamos y en lo delicadas que tendríamos que tener las manos para usar guantes y al cabo de unos 15 minutos todos preguntaban si teníamos alguna manga larga para evitar los pinchazos, los insectos, para no quedarse pegado a alguna jara pringosa (cistus ladanifer... jajajaja me sale la vena biogeográfica) o unos guantes para protegerse las manos a lo que sea cuando te escurres y ves que te puedes ir para abajo y las manos se aferran a lo primero que encuentran, ya sea una zarza, una jara, un escaramujo o un bonito torvisco. En fin, en la montaña la experiencia es un punto a favor, aunque sea en ésta, tan solo un aprendiz de montaña por sus cortas dimensiones. También recuerdo con cierta sonrisa como alguna de las chicas que nos acompañaban, ahora grandes amigas como Elena, Arancha, Nuria no ponían ningún tipo de problema a que le pusieras las manos en el culo con tal de que no se fuesen a caer y claro, nosotros como buenos caballeros que eramos y somos lo hacíamos sin ningún tipo de problema esta claro, pero también sin ningún tipo de maldaz. Creo que mañana volveré a escribir sobre esto y narraré con detalle como eran los preparativos para pasar un día en la montaña, que comida llevabamos, que cantidad de agua, como lo preparábamos y lo bien que lo pasábamos haciendo estas cosas. Por hoy nada mas.
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