Eternidad y reencuentro
En estos últimos tiempos me he dedicado a revisionar la famosa serie de Cuéntame aprovechando que había llegado a su fin tras 22 años de emisión. Es una serie que me ha gustado mucho desde su inicio, aunque para la gente de mi edad tan solo lo vivido por la pequeña de la familia Alcántara, María, es temporalmente concordante con lo que yo he podido vivir.
Sin embargo hay muchas cosas de las primeras temporadas que me recuerdan a mi infancia y a cosas vividas por mis padres que o bien me han contado o he vivido con ellos. A raíz de esta pequeña introducción y aprovechando que me ha tocado trabajar este puente de la constitución vuelvo a escribir unas líneas relacionadas con mi padre.
Se acerca inexorablemente el primer aniversario de su partida y muchos pensamientos diarios son para él desde entonces, y después de la introducción que he escrito, lo mismo quien lea esto pensará, ¿ qué tiene que ver todo esto con la serie ?. Pues bien, ahora viene la reflexión. Durante la serie, que abarca un periodo que va del 1968 a 2001 los cambios son muy importantes en todos los planos de la vida en la España que se describe. Mi hermano Alfonso nace en el 72, yo en 75 y Arturo en el 77. Hemos vivido esos cambios pero debajo de un paraguas que nos impedía sufrir prácticamente nada de lo que acontecía. Tampoco quiero que sea ese el motivo de estas líneas, sino como expresa el título Eternidad y reencuentro. Durante la serie vemos como uno de los personajes claves de la misma, Doña Herminia, ya en la primera temporada está con la matraca de la muerte, de que si ella estorba ya en este mundo, que se quiere ir al pueblo para no ser una carga. Dando vueltas a estos pensamientos se me han venido dos cosas a la cabeza. La semana pasada escribí sobre Amador y durante una de las partidas de caza que juego con mi hermano Alfonso me dijo una frase que tiene su profundidad: hay dos momentos que marcan para siempre tu vida, el nacimiento de tu primer hijo y la muerte de tu primer progenitor, ya sea tu madre o tu padre.
Como otras muchas veces, esa frase se me quedó en la cabeza y ha resonado una y otra vez en mi cabeza desde entonces. Siempre digo que soy un nostálgico y que no se si eso es bueno o malo. Bueno es recordar, buena es la añoranza, bueno es echar de menos ya que eso demuestra que aquello que nos dejó, que partió o que se fue para siempre, nos acompañará el resto de nuestra vida y que siempre podremos volver a ello para encontrar algo que nos reconforte en malos momentos.
Como no pude acabar este post que empecé el día 7 de diciembre del 2023 y lo retomo hoy día 6 de marzo de 2024 ya puedo hablar de lo que supuso ese primer aniversario sin mi padre, sin nuestro padre y la cantidad de veces que se me viene a la cabeza durante el día. Creo que desde entonces hemos crecido, como familia y yo en particular como persona. No ha sido fácil seguir adelante en estos primeros meses, aunque tan solo por mi madre, no podría ser de otra forma que seguir. Seguimos muy unidos, seguimos compartiendo mucho tiempo juntos, tal vez menos del que deberíamos, pero cada cual tiene sus circunstancias y es difícil hace cuadrarlo todo para juntarnos.
Profundizando mas sobre el título del post siempre se hace referencia a la eternidad como algo positivo. Decimos que alguien es eterno mientras sea recordado por otra persona. Para mi es suficiente razón para pensar que todas aquellas personas que ya no están, como es el caso de mi padre. Y en el fondo pienso que su partida para él no debió resultar traumática a nivel sentimental. Yo creo que hacía ya tiempo, mi madre y él habían recuperado ese algo que hace que una pareja pueda sobrevivir durante tantos años y que si bien los últimos años su convivencia había sido difícil dadas sus manías, sus discusiones pero desde el final del verano del 2022 creo que mi madre asumió que esto tocaba a su fin y que no había razón para mas rencillas. Cierto es que mi madre siempre tendrá dentro de su ser esa pena por no haber acompañado en las largas noches a mi padre en sus últimos días, aunque creo que en lo mas profundo de su ser sabía que hacía lo correcto porque se dedicaba en cuerpo y alma a él en el resto del día. Todo esto nos lleva de nuevo a la eternidad, creo que mi padre estaba eternamente agradecido a mi madre aunque a veces no supiera demostrarlo. Sin ninguna duda era mas en ese sentido que en el contrario, ya que mi madre siempre ha pensado que mi padre ha vivido su vida, preocupado por su familia pero no ha tenido nunca ningún problema en anteponer sus aficiones a cualquier otra cosa, pero también es cierto y creo que eso no lo ve mi madre como lo vemos nosotros, sabemos que desde el nacimiento de sus hijos, mi padre bajó mucho el ritmo escapadas, no por ayudar mas en casa, cosa que nunca ha hecho, pero me imagino que por sentido común.
Desde ese punto de vista creo que mi padre siempre tuvo en mente a su padre y a su madre. Creo que mas a su madre, que se murió muy joven y que marcó profundamente a mi padre ya que era muy joven cuando eso ocurrió. Casi todos los días esa frase que decía "el hijo de la señora Carmen" se va a la cama, ha comido opíparamente... reflejaba ese recuerdo permanente de su madre. Su padre sin embargo estuvo mas presente ya que compartieron viajes, cacerías, andanzas al fin y al cabo. Todo esto lo escribo para explicar mi conclusión sobre la otra palabra del título del post, reencuentro.
Creo que lo mencioné en otra ocasión, pero siento que llegan momentos en los que ese reencuentro con los que se fueron, que no sabemos si es o no es, pero al menos algunos tenemos Fe en que va a ser así, reconforta y facilita la partida. Mi padre por muchas razones no asumía muchos de los cambios que había a su alrededor y creo que eso le hacía pensar que la muerte al fin y al cabo tenía una parte reconfortante. Primero esos reencuentros, con padres, hermanos, abuelos, tíos y amigos que se fueron antes que tú y luego no tener que asumir tantos y tantos cambios en tu vida que deben ser tal vez in asumibles por parte de esa generación que nos dio la vida.
Un claro ejemplo que siempre tengo presente fue el día que mi padre me dejó el Mercedes en mi garaje y no volvió a conducir. Fue una decisión guiada por nosotros y que si hubiese sido por él no habría tomado pero al final así lo hizo. Tal vez solo es una muestra, pero el hecho de que no puedas conducir, que no puedas hacer todas aquellas cosas a las que has estado acostumbrado toda tu vida a hacer cuando y donde querías, no poder hacerlas o hacerlas cuando te dicen tus hijos (con el mayor amor del mundo) pero ya no es decisión tuya.
Todo ese cúmulo de circunstancias son las que creo que hacen que en muchos casos, nuestros mayores vean que marcharse de este mundo no es tan malo y tal vez ese reencuentro y esa eternidad le den un último significado a nuestra vida. Al fin y al cabo nosotros también formamos parte de ese reencuentro y de esa eternidad.
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