Caza, pesca, naturaleza y vida

04 enero 2010

Puedo decir que soy montero

Valdemaqueda 28-11-09


Desde que era un niño, siempre he imaginado que se siente cuando matas un jabalí, cochino, guarro, macareno o como quieran llamarlo en diferentes puntos de la geografía española al trofeo mas deseado y codiciado por los monteros. Pues ahora ya lo se.


Como casi todos los años, en el 2009 volvimos a tener la suerte de ser agraciados con dos puestos de una montería de las muchas que se celebran en la Comunidad de Madrid y en este caso fue en el pueblo de Valdemaqueda, muy cerquita de Ávila y que curiosamente conocí este verano porque unos amigos me invitaron a comer por allí.


Pues bien, como siempre, mi padre y yo nos dispusimos a ir a dicha montería, sin mucho ánimo ya que el tiempo no acompañaba por la sequía que el campo estaba sufriendo y por el gran frio que hizo esa semana. Aún sin tener todas con nosotros, decidimos ir a ver que pasa y por lo menos disfrutar de una jornada mas de las muchas que hemos tenido en el campo ya sea pescando, cazando o cogiendo setas. La mañana comenzó con niebla, aunque a nuestra llegada al pueblo el día estaba claro, y por tanto el frio era aún mas intenso. Cual fue nuestra sorpresa cuando nos encontramos allí a un amigo de toda vida, montero como nosotros y que no sabíamos que también le había tocado la montería. Con Andrés Álvaro, el pasar un dia bueno y con risas está asegurado.


Comenzamos con un buen desayuno, unos huevos fritos con panceta que en un principio pensé que podría ser excesivo, pero con el frio que pasamos creo que incluso fue insuficiente. Una vez sorteado, tengo la suerte de encontrarme en la armada de nuestro amigo Andrés y mi padre tiene la suerte de ir a otra armada y de dejar el coche muy cerca de allí, por lo que no me preocupa demasiado su situación, cosa que a menudo me ocurre si no voy en su misma armada, si no le dejo yo en el puesto o si no conozco la zona. Esta vez hubo suerte y parece que en eso por lo menos el día iba a ser propicio. Tardamos mucho en colocarnos, nos dirigimos los puestos una vez que todos los monteros llegaron al punto de partida, que para mi gusto es un error, al igual que lo son las voces, los portazos y las risas cuando te bajas del coche y ya estás dentro de la mancha, pero bueno, entre monteros nuevos y gente sin demasiada cultura cinegética es entendible y no por ello menos reprochable.


Mi puesto es el primero del camino, me explica el postor que en otros años, en ese puesto los guarros han bajado de la sierra y se han colado por donde hemos dejado los coches. Yo no entendí muy bien la situación, tirar hacia los coches es un riesgo innecesario pero bueno, mejore el puesto varias veces y tenía un buen tiradero hacia la sierra que con el rifle podría abarcar mucho campo y no me preocupó demasiado la presencia de los coches. Mi puesto era un puesto de balcón, veía todo el camino, una buena parte de la mancha donde no podría tirar, el fondo del barranco por donde transcurre el rio Cofio y la ladera en enfrente por donde se extiende una valla que separa la mancha de una finca privada.


La montería comienza sin pena ni gloria, ni ladras, ni tiros, pero al cabo de una hora, comienza un tiroteo que te acelera el corazón, aunque casi siempre en otras armadas, los tiros siempre animan la situación. Por fin veo los perros, por la sierra, con gran trabajo suben y bajan riscos, un monte pelado y duro de andar que hace que los perros trabajen como pueden y tal vez vayan demasiado cerca del perrero.


El viento cada vez es mas fuerte, la lluvia nos respeta de momento, y creo que fue lo que nos salvó el día, que no llovio. Ante estas circunstancias mejoro el puesto cerca de un gran pino, y cuando digo gran pino es que el tronco no lo abarcaban dos hombres y allí pegado el aire azota menos y es mas llevadero, aunque tengo que hacer esfuerzos para que mi sombrero no salga volando por el aire cuando el viento revoca en el fonde del valle. A eso de las 14:00 h. y mirando hacia la sierra, como me había indicado el postor ya que ahí podría haber un perdedero para los cochinos, siento un tiro del puesto de al lado, me giro y veo la polvadera justo enfrente, al otro lado del valle, a unos 200 metros mas o menos. Identifico una sirueta y veo un guarro, que sube alambrada arriba a un trote un tanto rápido pero no como si los perros le estuvieran apretando, al oir un segundo disparo y ver que el cochino sigue corriendo, me encaro mi rifle, meto el cochino en el visor y disparo. El tiro se quedó bajo y pega en el suelo y por primera ven en mi vida con el rifle, los nervios no me pueden, me desencaro el 30-06, corto cartucho y de nuevo apunto, meto al guarro en el visor y disparo. Por un momento el tiempo se detiene, se que no tengo mas opciones de disparar que este segundo tiro y por el rabillo del ojo, aún en el visor me parece que el guarro cae ladera abajo.


Después de unos segundos de tensión empiezo a hacerme a la idea de si verdaderamente he matado un guarro, si he matado mi primer cochino. A la distancia, que aunque quede muy presuntuoso era muy larga, ni con el visor ni con los pequeños prismáticos que siempre llevo y que me regaló mi padre hace algunos años no era capaz de distinguir la silueta del cochino en el suelo ya que había caido en una zona cubierta de pinaca y sombreada, y el caso es que yo veía algo pero no sabía que era y mucho menos si era el guarro. Mas o menos estuve unos 20 o 30 minutos pensando en si realmente había matado mi primer guarro, y la sensación de no verlo me estaba poniendo muy nervioso. Sobre las 15:00 h. los dos señores del puesto de al lado se acercaron a mi puesto, un padre y un hijo y me preguntaron si le había dado, y yo claro, al no estar seguro les dije que creía que si, pero que no estaba seguro. Yo creo que el padre debió pensar que el guarro era mucho mas grande, porque no paraba de decir que le había dado su hijo, en el segundo tiro y yo la verdad es que no vi que el guarro hiciera ningún extraño, pero bueno, como mandan los cánones, las reses se discuten en el campo y decidimos ir a ver si estaba o no y de quien era el guarro si es que estaba muerto.


Tardamos mas de 20 minutos en bajar y subir el barranco, en cruzar el rio y acercarnos al lugar que yo tenía marcado. Por primera vez cuando me asomo entre los pinos y veo que está allí, tumbado, la alegria me invade, pero no sin el temor de que antes el guarro estuviera pinchado y perdiera mi trofeo. Rápidamente le damos la vuelta al cochino, vemos que es un macho, de no mas de 40 kilos y eso sí, es muy claro que solo tiene un tiro, en el codillo y que el tiro es el mio. La alegría que siento no la puedo expresar por respeto al montero que me acompañó a por el guarro ya que creía que él también le había dado. Pero si, estaba muy contento y se me notaba.
Cuando llegamos de nuevo a mi puesto a recoger los trastos y nos pusimos en marcha hacia el coche la verdad es que el cansancio del arrastre del cochino y del paseo hasta donde estaba muerto va haciendo mella, pero al llegar al coche y encontrarme con Andrés y felicitarme por el cochino y mientras le cuento le lanze ese cansancio desaparece y ahora solo pienso en el momento en el que me voy a reencontrar con mi padre y en como le voy a contar que por fin, después de muchos años y de una afición muy arraigada en lo mas profundo de mi ser, por fin he matado un cochino en una montería. La cara de mi padre cuando le digo que por fin, que de verdad había matado un guarro era una mezcla de felicidad y de satisfacción, ya que creo que muchas veces él está mas orgulloso de poder contar que hemos matado esto o aquello que cuando los mata él mismo.
Poco a poco voy cerrando el círculo que tengo planteado como objetivo para mi vida cinegética, conseguir al menos un ejemplar de todas las especies de caza mayor de nuestra península, ya tengo en mi haber un rebeco, un corzo, una cierva, un jabali, un arrui, una hembra de cabra montés y me quedan el muflón, el gamo, el ciervo macho, la cabra hispánica macho y el sarrio. El lobo no entra en mis planes ya que no considero que tenga mucho interés cinegético para mi.
Seguiremos intentándolo.

En memoria de Ricardo Medem

Carta a mi padre Ricardo Medem

La Senda de la Vida


El Argali macho más viejo y valiente no sabe cuántas sendas podrá recorrer aún. Sólo sabe que su peregrinar es cada vez más lento y cansado y que una noche- ¿será ésta?- los lobos, los leopardos de las nieves, la nieve, el frío y el agotamiento harán que esa sea ya su última senda y que esa sea ya su última estrella. No importa; otro Argali será el guerrero que busque la victoria, tomará el relevo y continuará la senda guiando la manada. No importa; las estrellas siguen ahí para conducirle, y mientras unas desaparecen y se extinguen en el abismo infinito, otras aparecen nuevas, más brillantes, más altas y distantes, como retos ilusionados de tu vida. La Senda del Argali está ahí para recorrerla y las estrellas están ahí para guiarte, seguir su rastro e intentar alcanzarlas. (Capítulo La Senda del Argali. Tras la estrella más alta, 2002. Ricardo Medem Sanjuan).

Tu noche llegó el pasado martes 24 de noviembre cerca de medianoche. Estabas dormido, soñando con lances, carneros, serranías y libros de caza. Tu rostro era un poema de paz y serenidad. Cerca había arruis, el mar no estaba lejos, Beceite tampoco. A tu lado estábamos tus 6 hijos y tu mujer. Contemplándote, acariciándote, suplicándote que nos concedieses más tiempo; un año, un mes, un día, una hora. Que nos regalases un poco más de tu presencia, que nos siguieses relatando tus sueños y tus retos. Pero tú ya no estabas. Que siguieses respondiendo nuestras dudas de ignorantes, siendo siempre paciente escuchando nuestras vidas y problemas que van a mil por hora. Pero tú ya no estabas. Suplicábamos egoístas que siguieses siendo el Argali macho más viejo y valiente que guiaba la manada. Pero tú ya no estabas.
Sin darnos cuenta habías emprendido tu Senda, pisando otras nieves donde el pie no se hunde, donde no hay mañanas de niebla, no hay lobos que acechan, el frío no pincha y el viento no corta. Como el Argali, como tus Argalis, has visto pasar cerca tu estrella, como un tren que esperas y llega puntual a su hora, no has dudado, tu sitio estaba reservado y te has subido.
Egoístas nosotros. No teníamos derecho a pedirte que escalases ni un risco más. Has escalado más riscos, más cimas, más barrancos de los que podíamos pedirte. Has sido el mejor de los Argalis, el mejor padre y el mejor amigo. Has sido padre cuando tenías que ser padre y has sido amigo cuando tenías que ser mi amigo. Siempre has sabido estar en el lado correcto de la fina línea, siempre has sabido estar en el papel preciso, exacto.
No importa cual fuera el trofeo que te propusieras en tu vida, tu entrada era la correcta. Medías el viento como nadie, esperabas con la paciencia del leopardo que espera horas a ese momento exacto de saltar, escuchabas con el oído de un bongo y nos protegías a todos, sólo tú, como hace el grupo de yaks a su rebaño. Tu cabeza, tu frontal, tu alma y tu espíritu podían contra cualquier lobo, contra cualquier amenaza.
Aún después de irte no dejo de asombrarme del calado que has dejado en muchas personas. Nos has dejado un poco más vacíos, nos falta algo. Puedo verte cuando veo a alguien que te ha querido de verdad, puedo oírte cuando me hablan de ti, recordándome un día de caza que compartisteis juntos, puedo sentirte de noche, releyendo cualquier escrito, cualquier libro tuyo.
Escribiste que “Los trofeos más grandes, como ocurre en la vida, son también los más difíciles e inaccesibles…y están ahí, más arriba, junto a las rocas del cielo”. Has conseguido el trofeo más grande, no te preocupes, no necesitas escalar otra montaña más; has llegado a la meta y has ganado.
Hace algunas noches ocurrió un suceso extraño en las cordilleras más remotas de Asia, en el Alto Altai y en el Pamir Afgano. Fue sólo en las cimas más altas, las más inaccesibles. Todos los animales que allí habitan se pararon de repente, fue sólo un instante, intenso, pero un instante. Miraron todos a la vez en la misma dirección; había argalis, markhores, íbices, yaks, lobos , pumas de las nieves... Todos quedaron inmóviles, como inducidos, al mirar hacia lo lejos; por encima de los picos más altos, por encima del crepúsculo y sobre un cielo ya negro vislumbraron por un instante, un sólo instante, el paso de una estrella fugaz que les atrajo la mirada con una fuerza sobrenatural. La estrella se fue hacia el cielo y a los pocos segundos desapareció.

Sé que estás ahí arriba, junto con otras estrellas fugaces que ya hicieron su camino antes que tú. Nos acordamos de todos vosotros y os pedimos que desde allí, desde las rocas del cielo, nos sigáis alumbrando como siempre lo habéis hecho en nuestra senda de la vida.
Te quiere. Tu hijo.


Gonzalo Medem MacLellan