Puedo decir que soy montero
La Senda de la Vida
El Argali macho más viejo y valiente no sabe cuántas sendas podrá recorrer aún. Sólo sabe que su peregrinar es cada vez más lento y cansado y que una noche- ¿será ésta?- los lobos, los leopardos de las nieves, la nieve, el frío y el agotamiento harán que esa sea ya su última senda y que esa sea ya su última estrella. No importa; otro Argali será el guerrero que busque la victoria, tomará el relevo y continuará la senda guiando la manada. No importa; las estrellas siguen ahí para conducirle, y mientras unas desaparecen y se extinguen en el abismo infinito, otras aparecen nuevas, más brillantes, más altas y distantes, como retos ilusionados de tu vida. La Senda del Argali está ahí para recorrerla y las estrellas están ahí para guiarte, seguir su rastro e intentar alcanzarlas. (Capítulo La Senda del Argali. Tras la estrella más alta, 2002. Ricardo Medem Sanjuan).
Tu noche llegó el pasado martes 24 de noviembre cerca de medianoche. Estabas dormido, soñando con lances, carneros, serranías y libros de caza. Tu rostro era un poema de paz y serenidad. Cerca había arruis, el mar no estaba lejos, Beceite tampoco. A tu lado estábamos tus 6 hijos y tu mujer. Contemplándote, acariciándote, suplicándote que nos concedieses más tiempo; un año, un mes, un día, una hora. Que nos regalases un poco más de tu presencia, que nos siguieses relatando tus sueños y tus retos. Pero tú ya no estabas. Que siguieses respondiendo nuestras dudas de ignorantes, siendo siempre paciente escuchando nuestras vidas y problemas que van a mil por hora. Pero tú ya no estabas. Suplicábamos egoístas que siguieses siendo el Argali macho más viejo y valiente que guiaba la manada. Pero tú ya no estabas.
Sin darnos cuenta habías emprendido tu Senda, pisando otras nieves donde el pie no se hunde, donde no hay mañanas de niebla, no hay lobos que acechan, el frío no pincha y el viento no corta. Como el Argali, como tus Argalis, has visto pasar cerca tu estrella, como un tren que esperas y llega puntual a su hora, no has dudado, tu sitio estaba reservado y te has subido.
Egoístas nosotros. No teníamos derecho a pedirte que escalases ni un risco más. Has escalado más riscos, más cimas, más barrancos de los que podíamos pedirte. Has sido el mejor de los Argalis, el mejor padre y el mejor amigo. Has sido padre cuando tenías que ser padre y has sido amigo cuando tenías que ser mi amigo. Siempre has sabido estar en el lado correcto de la fina línea, siempre has sabido estar en el papel preciso, exacto.
No importa cual fuera el trofeo que te propusieras en tu vida, tu entrada era la correcta. Medías el viento como nadie, esperabas con la paciencia del leopardo que espera horas a ese momento exacto de saltar, escuchabas con el oído de un bongo y nos protegías a todos, sólo tú, como hace el grupo de yaks a su rebaño. Tu cabeza, tu frontal, tu alma y tu espíritu podían contra cualquier lobo, contra cualquier amenaza.
Aún después de irte no dejo de asombrarme del calado que has dejado en muchas personas. Nos has dejado un poco más vacíos, nos falta algo. Puedo verte cuando veo a alguien que te ha querido de verdad, puedo oírte cuando me hablan de ti, recordándome un día de caza que compartisteis juntos, puedo sentirte de noche, releyendo cualquier escrito, cualquier libro tuyo.
Escribiste que “Los trofeos más grandes, como ocurre en la vida, son también los más difíciles e inaccesibles…y están ahí, más arriba, junto a las rocas del cielo”. Has conseguido el trofeo más grande, no te preocupes, no necesitas escalar otra montaña más; has llegado a la meta y has ganado.
Hace algunas noches ocurrió un suceso extraño en las cordilleras más remotas de Asia, en el Alto Altai y en el Pamir Afgano. Fue sólo en las cimas más altas, las más inaccesibles. Todos los animales que allí habitan se pararon de repente, fue sólo un instante, intenso, pero un instante. Miraron todos a la vez en la misma dirección; había argalis, markhores, íbices, yaks, lobos , pumas de las nieves... Todos quedaron inmóviles, como inducidos, al mirar hacia lo lejos; por encima de los picos más altos, por encima del crepúsculo y sobre un cielo ya negro vislumbraron por un instante, un sólo instante, el paso de una estrella fugaz que les atrajo la mirada con una fuerza sobrenatural. La estrella se fue hacia el cielo y a los pocos segundos desapareció.
Sé que estás ahí arriba, junto con otras estrellas fugaces que ya hicieron su camino antes que tú. Nos acordamos de todos vosotros y os pedimos que desde allí, desde las rocas del cielo, nos sigáis alumbrando como siempre lo habéis hecho en nuestra senda de la vida.
Te quiere. Tu hijo.
Gonzalo Medem MacLellan