
Verano, época de esperas. Al día de hoy tan solo he estado en 2 esperas y ninguna de las dos resultó fructífera desde el punto de vista cinegético pero desde luego la espera en la finca del boticario resultó instructiva, simpática, agradable y desde el punto de vista gastronómico espectacular. Salimos de Madrid despues de comer, a eso de las 3 de la tarde de un día de Septiembre del año pasado. Todo el camino lloviendo, viendo muy posible la opción de no colocarnos en ninguna de las torretas que los dueños de la finca tienen preparadas por la lluvia pero finalmente si que nos pusimos. Llegamos al la casa, probamos los rifles, el mio está a punto, desintegró una botella de agua a unos 100 metros y el boticario hace lo mismo con otra con un rifle espectacular que tiene para hacer esperas con luz de pulsador. Preparamos las cosas para cenar al regreso de nuestra espera y salimos al campo. A mi me ponen en una torre y me dicen que no tire a nada que no sea un jabalí, ya que allí por lo que parece últimamente se han visto algún ejemplar de macho montes que se han escapado de fincas colindantes y tampoco a los venados que haberlos hailos. Nos pusimos, dejo de llover, el tiradero era espectacular, con un buen cebadero a unos 50 metros de mi y eso significaba que pocas oportunidades tenía cualquier bicho que se pasara hacer una visita por el lugar. Pronto se hizo de noche, la noche en el campo impone, da respeto, atemoriza y eso que estás armado. Tal vez eso es lo único que impide que eches a correr en busca de resguardo y de algo de civilización. Cuando la noche se va haciendo mas cerrada la naturaleza comienza a moverse, a demostrarte que tú eres un intruso y que estás a su merced. Insectos, aves nocturnas y mamíferos comienzan su aventura diaría en busca de alimento para poder sobrevivir y es ese el momento de mayor actividad durante una espera y será cuando se presente alguna posibilidad de obtener algún torfeo. En nuestro caso no fue así pero la noche nos guardaba una sorpresa, una maravillosa sorpresa diría yo, la berrea. Eran mediados de septiembre, y según el tiempo, si ha hecho mas frio o menos frio, la berrea en ciertas zonas se puede adelantar. Pues bien, allí parece ser que se había adelantado. En el silencioso ruido de la noche, mientras insectos vuelan, algunos te pica y otros también te pican, algún ave pasa cerca sin que tu vista logre distinguir que es, cuando cualquier ruido un poco especial nos hace imaginar que el jabalí de nuestros sueños ha llegado a nuestro encuentro, todo ese silencio queda roto por el bramido de un ciervo macho. El corazón se encoje, y cuando digo que se encoge es que es verdad, las pulsaciones se disparan a niveles que solo me resulta fácil alcanzar cuando hago algún tipo de deporte de intensidad media alta. Ese grado de excitación viene dado por dos elementos que en una espera se conjugan de forma constante, el no ver que es lo que hace ese ruido y el factor sorpresa. Fue como lo imaginaba, en el silencio, la berrea, el venado en busca de guerra para mantener su harén a salvo, recorre sus dominios en busca de posibles rivales con los que batirse. El primer berrido fue lejano, no por ello dejo de ponerme los pelos de punta, pero el segundo, tan solo unos minutos después fue muy muy cercano, tan cerca que asusta pensar que tienes en algún lugar muy cerca de tí a un animal en pleno frenesí reproductor que no dudaría en hacer lo que fuese con tal de defender lo que es suyo, a sus hembras. Tan solo por ese lance, ya la noche había merecido la pena. Al poco tiempo de escuchar al primer venado, se comenzaron a escuchar réplicas, unas mas cercanas y otras mas lejanas, que dejaban entrever que la densidad de venados era muy óptima en la finca. Mas o menos fue una hora lo que duró ese duelo de gritos y poco a poco se fueron apagando en la noche, cada vez mas cerrada y cada vez mas sileciosa. Cuando regresamos a la casa eran las 12:30 mas o menos, y ahí es cuando empezó la verdadera espera, la cena, con 5 amigos y mi padre. Mi padre durante muchos años me había hablado de lo impresionantemente bueno que estaba un plato típico que hacían en la zona que es el queso frito con tomate, y la verdad, todo lo que mi padre había dicho sobre el mismo, hacia justicia porque estaba exquisito. Durante mas de 2 horas estuvimos comiendo, bebiendo y contando anécdotas de campo como hacen los buenos cazadores (no aquellos que matan mucho son los buenos cazadores, los buenos cazadores son aquellos que tienen historias que contar y amigos para compartirlas). Salimos de la finca a eso de las 2:30 y nos fuimos del tirón hasta Madrid, donde deje a mi padre que vino todo el camino durmiendo y yo luego me fui hasta Tres Cantos donde mi cama me esperaba para soñar con ese jabalí que algún día será mío.