Caza, pesca, naturaleza y vida

16 noviembre 2018

Miedo

Ha pasado mucho tiempo desde que comencé esta entrada... Si hay algún elemento que ha caracterizado siempre al ser humano es el miedo. El miedo es algo que tenemos en común con el resto de animales, pero en el hombre se expresa de una forma confusa. La naturaleza nos enseña que el miedo es una consecuencia instinto de supervivencia, todos los días aquellos que hemos tenido la suerte de pasar horas en el campo lo vemos en el insecto mas pequeño e insignificante hasta en el animal mas grande y fiero que nos podamos imaginar. En el hombre el miedo, los miedos, han ido evolucionando, ya que ese miedo animal del que antes hablaba ya no lo experimentamos tal y como es ya que nuestra supervivencia no viene marcada bajo ningún concepto por el miedo a lo que nos pueda pasar en el día a día. Esos miedos ahora son otros, miedos que igualmente son generados por ese instinto de supervivencia pero es una supervivencia social. Los miedos mas comunes son los miedos al rechazo, a la soledad, a que te hagan daño, a sufrir, al dolor en definitiva. Este tipo de reacción es normal en el hombre ya que nuestro instinto de supervivencia va mas orientado a la comodidad, al sosiego social, al bienestar con los demás.

Hoy retomo esta entrada 11 años, 8 meses y 7 días después de comenzarla. Ese periodo, que supone al menos un cuarto de mi vida, es sin duda el periodo mas importante de mi vida, he sido padre dos veces, he cambiado de trabajo al menos 4 veces y ahora me dedico a mi pasión, el basket, pero lo mas significativo de este periodo sin ninguna duda y que ha marcado para siempre mi vida ha sido el cierre de la fábrica de pan de mi familia. Posiblemente os preguntareis porqué en un post que se llama MIEDO, dirijo mis letras hacia este camino.

Desde lo mas profundo de mi ser siempre he pesando que era una persona bastante dura mentalmente y que no era fácil no hacerme daño, ni hacerme sufrir y que respondía de forma adecuada en situaciones complicadas. También creía que sabía lo que era el miedo, y no, no lo sabía pero sin embargo un periodo de mi vida me ha hecho conocerlo y creo que nos llegamos a hacer amigos y todo, de lo próximos que estábamos. Nunca se me olvidará cuando mi hermano Alfonso, allá por el año 2010 estando en La Cabrera, mas concretamente en el salón y mas concretamente aún de pie en junto a la mesa pegado a la pared que hay entre las dos ventanas del salón me dice: "la fábrica va muy mal y si seguimos así habrá que cerrar" y yo me quedo frío, sin saber que decir, y mi respuesta fue: " venga coño, no creo que sea para tanto hostias", a lo que mi hermano sentencia: " las crisis se llevan por delante a las empresas malas y a las medio malas y la nuestra es una de ellas". No le faltaba razón. El día 22 de junio de 2015, mientras asisto a la graduación de primaria de Alma recibo una llamada de mi hermano, y solo me pregunta:"¿hemos cerrado? y mi respuesta fue: "Si."

Todo fue pasando poco a poco. Mis tres años y medio trabajando dentro me hacían ver que mi hermano tenía mucha razón. No funcionaban las cosas y la crisis había hecho mucho daño. Los 114 años de existencia de la fábrica se frenaban en seco ese día de junio. Para mi ese frenazo tuvo un momento clave con el que empezó todo, y que además creo que debe atormentar los sueños de mi hermano al igual que lo hacen otras cosas que a mi me pasaron en un pasado, la muerte de Jesús García. Ese día, yo entendí que es lo que significa irreemplazable. Javi es un gran profesional, trabajé esos años codo con codo con él y lo poco o mucho que se de panadería me lo enseñó él, pero Jesús era otra cosa. No solo era un jefe de fabricación, la fábrica la sentía suya, la defendía como suya y murió por ella como si fuese suya.

Al poco de llegar yo allí el volumen de fabricación era alto, no todo lo deseable pero alto. Al final del turno de noche, cuando se acababan las especialidades (baguettes y fibra) comenzaba nuestro trabajo, yo llegaba sobre las 8 y desde ahí a las 16:30 seguíamos currando y fabricando como locos. Esto solo duró un año. De ahí, las horas de producción se fueron recortando y en la última etapa eran muchos los días en los que se terminaba de fabricar a las 12:30. En verano ya no te quiero ni contar, había días de terminar a las 11. Eso nos permitía hacer labores de mantenimiento y limpieza que eran absolutamente vitales y que no se podían hacer mientras fabricábamos. Limpieza de silos (mi hermano y yo subidos a los hierros que iban de lado a lado en ellos y jugándonos el tipo (sobre todo él), limpieza de las lineas, desinsectación... En diciembre de 2014 el genio que dirigía la fábrica me saca de mi puesto y comienzo una de las etapas mas duras de mi vida. El trabajo dentro de la fábrica era duro, recuerdo los dos o tres primeros meses de trabajo en la fábrica y tener que entrenar todas las tardes y llorar del dolor de pies y de piernas que tenía e incluso terminar algún entreno descalzo de los dolores que sufría. Eso era duro, pero me encantaba ver el proceso de fabricación y vivirlo desde dentro, ser partícipe. Muchas veces había ido con mi Tio Ángel a coger algo de masa para hacer unas empanadas y siempre le iba preguntando por todos los procesos, desde como funcionaba la amasadora, la divisora, la emboladora, los cajones de roposo, la formadora y el corte. Ahora estaba dentro y parte de eso lo hacía yo. Pues bien, ese genio me sacó de alli, y me dio una linea de reparto. 

Uno de los grandes problemas que en los tiempos de crisis tienen las empresas es que cuando se empiezan a hacer recortes hay que saber perfectamente que es lo que se hace para no dañar aún mas la situación precaria de la economía de la empresa. El genio pensaba que eliminando puestos de trabajo todo iría mejor. En parte es así, menor gasto supone mas dinero, pero nos olvidamos y ahí estuvo la clave absoluta del desastre de hacer el principal trabajo de una empresa que quiere seguir funcionando, vender su producto. La calidad humana de mi hermano Alfonso siempre he dicho por activa y por pasiva que es de las mas grandes que he visto nunca. Los primero tres meses que trabajé de manera encubierta en la fábrica estuve visitando clientes y llevando muestras en varias zonas, sobre todo Sanchinarro y Las Tablas y esos sueldos me los pagó mi hermano de su bolsillo. Ante la necesidad de trabajar no me quedó mas remedio que aceptar la oferta que el genio me hizo para trabajar dentro. Ese fue un grave error, pero no me quedaba mas remedio que cometer ese error. Pues bien, retomando el hilo, cuando haces recortes, y recortas tanto que hasta tú te tienes que poner a hacer trabajos de otros y dejas tus funciones de lado pasa lo que pasa. Sorprendentemente el genio y yo estábamos repartiendo, con Jose y con Guillermo y entonces la pregunta era: ¿quién vende el producto?

Mi tío Miguel se hartaba a decir siempre que entrababa yo en el despacho, esto se soluciona trayendo 3500 kg. de harina todos los días. (se refiere a la producción, no a traerlas fisícamente). Pues eso no se hizo, y no solo no se hizo sino que la producción fue mermando. También hay una cosa clara, repartir con mi hermano ese tiempo que estuvimos haciéndolo juntos fue una gran etapa, y una buena forma de despedida de mi hermano de la fábrica.

Repartir, dura realidad. Cuando toda tu vida has visto que el pan de tu casa es infinitamente mejor al resto que encuentras en todos los lugares donde vas y sales a repartir tu producto, al que consideras sagrado y los clientes se quejan, se quejan, y se vuelven a quejar... algo malo está pasando. Ni siquiera los chinos estaban conformes con el pan que se les llevaba. Eso marcaba que el principio del fin estaba muy cerca.

Antes del cierre y ahora si, haciendo referencia al título de la entrada, el miedo, pude saber lo que era y no una, sino muchas veces, e incluso muchos días a diario. A las dos semanas de estar trabajando en la fábrica sufrí un percance con un harinador, tuve mucha suerte y no me cortó los dedos, que podría haber pasado perfectamente, pero solo me los machacó un poquito. Ahí aprendí que hacer pan era un oficio muy serio y ciertamente peligroso. Al tiempo me entero que en ese mismo punto en el que la maquina me atrapó la mano otro trabajador había sufrido lo mismo que yo, solo que a él le pilló porque estaba cogiendo una pelotita con la que jugaba mucho y se le metío en el harinador de un bote. Yo estaba agitando la harina porque se apelmazaba y se quedaba hueca la zona donde las aspas hacían que cayera cobre los cajones de reposo, metí la mano mas de lo debido y me engancho los dedos y estuve a punto de perderlos.

Ese miedo físico lo sufrí varías veces más. El día que los depósitos de agua de arriba se desbordaron y comenzó a caer agua por el techo como una cascada, pensaba que se me caía encima todo el techo. Los dos golpes que me dí contra el cuadro de mandos de la maquina de descarga de la harina que todavía tengo las cicatrices en la frente. Pero este miedo, es momentáneo, efímero y controlable hasta cierto punto. Luego comenzó otro tipo de miedo, el que de verdad hizo mella en mi cabeza y que aún ahora después de unos años sigue pasándome factura en muchos momentos de soledad. Cuando las cosas empezaron a estar mal de verdad, la posibilidad real de no poder trabajar porque nadie te vende harina sobrevolaba nuestras cabezas. Un aval bancario permitió que sobre el mes de noviembre-diciembre del 2014 pudiéramos seguir trabajando porque nadie de los proveedores habituales nos vendía harina por lo que tardábamos en pagar. Llegar a la fábrica, subir a la oficina y ver que en los silos habían 2500 kg. de harina y que sabes que eso no es suficiente para acabar el día ni para empezar la noche y el camión no llega, no llega, crea una angustia vital difícil de describir. Cuando pasa la primera vez parece anecdótico, pero cuando ocurre varias veces se hace muy difícil trabajar. Los últimos 2 meses de trabajo no se los deseo ni a mi peor enemigo. Ese miedo ya estaba absolutamente descontrolado. Me levantaba a las 3 de la mañana y no sabía que me iba a encontrar al llegar, si habría pan para repartir, si algún cliente nos había mandado a paseo o si no teníamos dinero para echar gasolina en los camiones. Varías veces tuve que quitar carteles de la ventanilla de los repartidores donde ponían cosas los trabajadores haciendo referencia a los atrasos en los pagos de las nóminas. Entrar en la oficina y ver la cara de angustia de Paquita a la que ya hacía muchos meses que no le preguntaba si este mes íbamos a cobrar, porque los últimos 12 meses no los cobré. Volver de repartir, cruzar miradas con los trabajadores, encontrarte piquetes en la última semana frente a la puerta de fábrica, oír insultos, subir a liquidar y marcharte hacia tu coche con la incertidumbre de si me habrán rajado las ruedas como le hicieron al genio al menos 4 veces.

Todo eso genera un poso en tu cabeza que termina asentándose y que hace que cuando tu mente no está ocupada se disparen los pensamientos negativos, te inunden todo tipo de dudas, de preguntas sin resolver y eso te sume en una especie de depresión momentánea, que a veces dura 1 minuto y otras mucho mas tiempo. Cuando antes hacía referencia a que los momentos de soledad que, en mi caso han sido muchos en los últimos 15 años, ese tipo de situaciones mentales no son nada buenas, porque surgen una y otra vez. Te preguntas una y otra vez si de verdad vamos a cerrar, si de verdad el final de la fábrica ha llegado, que va a ser de mis padres y mis tíos por el tema de las deudas contraídas, que va a ser de mi cuando todo esto desaparezca... También aunque menos, afecta a la visión que tú crees que tiene la gente de ti cuando esto se produce, cuando una familia con nuestra tradición desaparece de un sector como en el que nos movíamos, crees que te van a señalar, que vas a dar pena, que la gente se va a compadecer de ti, pero luego te das cuenta de que esto ha ocurrido muchas veces, que ocurre con frecuencia y que por desgracia seguirá ocurriendo.

Cuando Julio González cerró su empresa, una empresa próspera en los años 80-90 y comienzos de los años 2000, te das cuenta que esto le puede ocurrir a cualquiera. Nosotros con nuestros mas y nuestros menos habíamos sobrevivido muchos años a golpes y crisis, habíamos estado a punto de desaparecer en los años 70 por una deuda de harina que se había salvado y que por la intervención del Doctor Iglesias Puga se resolvió. Recuerdo muchas veces a mi madre, gran hormiguita, decirle a mi padre si había cobrado y mi padre contestarle que no, que la semana que viene... Hemos vendido casi todo nuestro patrimonio para poder solventar los meses de verano en los que el vaciado de Madrid hacía que la producción de pan bajara a niveles irrisorios. Hace unos días, en el entierro de mi Tío Paco, mi padre decía una frase que aunque cierta, da coraje: benditos mis bienes que de mis males me sacan. La fábrica costó 17 millones de pesetas, y el solar y la nave nos han sacado de una deuda de casi 1,4 millones de euros.

Retomando esas depresiones momentáneas a las que me refería antes no quería dejar de contar un par de ejemplos que explican a que me refiero. Verano de 2014, mi padre y yo nos vamos de pesca a Segovia, a Fuentidueña. Truchas repobladas, de gran tamaño y que dada mi pericia pescando no deberían suponer un problema para ser pescadas. Pues bien, todo el camino perfectamente hablando de nuestras cosas, caza, pesca, algo de la fábrica pero poco y cuando llegamos, cada uno de nosotros coge los bártulos y se pone a pescar. Mi padre según llega, se pone a sacar truchas a buen ritmo. Yo mientras tanto, ni picada. Estoy sumido en mis pensamientos negativos, me generan ansiedad, es como si no estuviese allí, de hecho estoy físicamente pero mi mente no está allí. Mi padre se acerca y me dice, ponte donde estaba yo, que es muy raro que no saques ninguna, y así lo hago. Primer lance de mi padre en mi sitio y saca una trucha. Yo es día no había ido de pesca, ese día mi cabeza estaba  en albalá 15, pensado una y otra vez: harina, no nos venden, perdemos clientes, cada vez producimos menos, no tengo dinero ni para gasolina, trabajo 14 o 15 horas y gano 420€ gracias al baloncesto, si cerramos que va a pasar con las casas de mis padres, perderemos la cabrera (si pasa eso yo de esta no salgo)... así estaba mi mente durante todo ese tiempo, durante toda la mañana de pesca. Resultado, saque una trucha, mi padre mas de una docena y eso sí, me pude llevar una trucha de las grandes, 3 kilos y algo sacada del pilón. Así me sentía yo.

Segundo ejemplo. Entreno en tres cantos, partido del Senior (senior V de Vendetta como lo llamábamos nosotros). Mientras calentábamos todo va bien, comienza el partido, como siempre, yo, de pie en la banda observando y corrigiendo todo lo que mi equipo no hace bien, de pronto llegan otra vez esos pensamientos, al igual que cuando estaba pescando, mi mente se va de allí, vuelve a estar en albalá 15 y todo la retahíla de problemas se suceden a toda velocidad en mi cabeza. Ya no estoy en el partido. Se acaba el cuarto y cuando oigo el silbato del árbitro es como si despertara de un sueño, me pregunto, que cojones ha pasado y porque se ha acabado el cuarto y no se ni como vamos, ni que hemos hecho ni nada de nada, me voy hacia la mesa para preguntar incluso en que cuarto estamos y por lo menos me tranquiliza ver que íbamos ganando y que por eso los jugadores no se han dado cuenta de que el que estaba de pie en la banda, realmente no estaba allí, solo estaba su cuerpo.

Puede sonar un tanto fantástico, exagerado o imaginativo, pero así lo viví. El día del cierre, para mi fue una liberación. Ya no había incertidumbre, ya había ocurrido. Ahora solo quedaba esperar a ver si el banco aceptaba la dación en pago y salvábamos el patrimonio. Así fue, ahí volví a descansar.

Ahora paso por allí, me detengo con el coche y lo bueno es que pueden mas los pensamientos positivos que los negativos, y recuerdo anécdotas (conocí a Fernando Martín en persona allí), trabajando o sobre todo de cuando era pequeño y los sábado me iba muchas veces con mi padre a la fábrica que era una especie de parque de atracciones donde todo resultaba emocionante y donde el olor a pan inundaba todo, olor que cuando lo vuelvo a percibir me transporta a los momentos mas felices vividos por allí. Ahora ya no hay miedo, no al menos por este tema, ahora los miedos son diferentes, de otra naturaleza, pero haber vivido estas circunstancias te ayudan a gestionar y a afrontar esos nuevos retos. Mi cabeza vuelve a poder estar en paz cuando estoy en soledad y eso me gusta.